Pues va a ser que eres un verdadero Spiderman y lanzas telarañas pegajosas e insorteables, que han creado esta red irrompible en la que todos descansamos los desconsuelos de la inevitable parte de vida impuesta que nos toca.
No me extraño cuando tu hermano se envía al correo electrónico del colegio los videos de cuando parloteabas con apenas un año, o te tapabas con la manta para jugar a cucú-tatá, embelesado; y comprendo que tu hermana te prepare para el concierto de violín con el mismo mimo y el mismo esmero con el que yo lo haría.
Eres, muchas veces, la unánime preocupación de los cuatro y por el que preguntamos al llegar a casa, como un resorte. Como la pieza del puzzle que ausente, nos saca de quicio. Casi siempre eres “palomita suelta” cuando se trata de repartir lo que es pesado, material e inmaterial. Estás colmado de afecto y, a la vez, perfectamente entrenado para no ser el carácter principal, para la decepción, que conviertes en una capa de superhéroe con la que te elevas sobre sus efectos devastadores, sobrevolándolos.
Eres nuestro pequeño Chapu; Saulete, el grandullón, y creces, a ratos calculando el espacio disponible y otras tantas despreocupado, a cuenta del mágico confort de la buena compañía asegurada, convirtiéndote en pegamento triple plus para un lugar que tengo el privilegio de habitar contigo, con vosotros.
Llevamos ya casi 10 años de siembra con cosechas irregulares, y puedo ya observar los frutos. Tú has contribuido decididamente a tejer esta tela de araña imperceptible a través de la intimidad y la constancia de ser los 5, día tras día, los que nos quitamos y cedemos terreno de forma alterna, tomando las decisiones de dentro a afuera, aprendiendo desde aquí y hacia el mundo. Sintiéndonos siempre amados en este núcleo, aunque tantas veces incomprendidos o discriminados.
Hace unos días comentaba con tu padre lo agradecido que eres. Lo que celebras una camiseta propia o el minuto en que nos quedamos los dos contigo mientras esperamos a que Manuela salga de clase de inglés. El minuto no metafórico de 60 segundos, en que nos rodeas por el cuello y giras la cabeza para darnos besos a uno y a otro, a toda velocidad, absolutamente prevenido de la precariedad de esos momentos de unicidad.
Qué buena haces mi vida, Saúl. Qué meritoria haces mi vida, hijo, aunque pongas en riesgo la economía familiar con tu apetito extraordinario.
Contigo tengo el privilegio de acompañar a una de las personas más nobles y sencillas (en el más fascinante y perfecto sentido de la palabra) que he conocido. Eres un corazón gigante con piernas fuertes y dulce sonrisa, que siempre se posiciona del lado de la ternura.
Toda la mala baba que pueda acumular en un día cualquiera se desvanece cuando, acostada a tu lado, repites, sin los prejuicios que adquirimos con la torpeza de crecer, te amo mamá, te amo mucho, entre tus besos esponjosos y las caricias de tus dedos regordetes y morenos.
¿Qué puedo decir? Soy consciente de que estas cartas que os escribo con ocasión de vuestros cumpleaños, deben sonar insoportablemente azucaradas, quizás irritantemente repetitivas, pero no me voy a censurar en decirte que cada día de tu vida haces maravillosa la mía, y que no hay mayor super poder que el que tu tienes para aligerar cargas, y repartir zalamería.
Te deseo un felicísimo 4 cumpleaños. Te quiero con todas y cada una de las partes de mi ser, Saúl.